Presentamos <<Primogénita del olvido>> un cuento de Jhan Asher con arte de Yosniel Rodríguez García (yos) en <<Los cuervos no tienen astas>>

Andrea bajó del taxi, dejando en su interior todo su perfume y el aroma a tabaco que tanto molestaba al chofer. El carmín de sus labios se agrietaba cada vez más con la caminata torpe y escurridiza por aquel camino fangoso y húmedo que tenía que recorrer antes de llegar a su destino. Mientras más avanzaba aumentaba su asombro, nunca había visto nada similar, las luces de aquella casona se reflejaban en su vestido color sangre y sentía como la humedad del ambiente destruía el trabajo de Marta, su peluquera. Los tacones enfangados manchaban la alfombra aterciopelada de aquel colosal portal, a nadie parecía importarle aquello, a ella menos. Se frotaba las manos para disipar el frío de su cuerpo en lo que esperaba, la fila parecía no acabar. Había pensado que su invitación era exclusiva, pero pudo notar que alrededor habían más muchachas como ella, dejando ver sus cuellos finos y luciendo sus cuerpos atrapados en abrigos y chaquetas. Al llegar su turno de acceder al interior de la propiedad, le retiraron su identificación y comprobaron la invitación:

Por medio de la presente le invitamos a que acuda a nuestro evento, donde el disfrute y los negocios serán prioridad.

anfitrión: Mr. Eduardo.

El señor Eduardo y Andrea se conocieron en una empresa para la que ella prestó servicios de limpieza por muy breve tiempo. El uniforme ajustado y las piernas descubiertas de aquella caucásica diosa llamó la atención del empresario. Eduardo era un tipo llamativo por su postura y vestimenta, emanaba respeto y temor con la mirada, su cabellera canosa resaltaba sus grandes e intrigantes ojos azules. En una ocasión planeada por él, coincidieron y acabaron intercambiando números, algo en Andrea le parecía familiar.

Las miradas seguían sigilosas a toda alma que entrara por la inmensa puerta de madera, que en todo su marco tenía tallado rostros afroamericanos con facciones toscas, similares a máscaras hechas con barro. El alejado techo, apoyado sobre columnas enchapadas con piedras grandes mostraba una replicada bien trabajada de La Ultima Cena. Andrea se desplazaba tímida por el salón buscando con la mirada a el único señor que conocía y aún sin entender qué hacía entre tanta gente fina que miraban de reojo, cuestionándolo todo. Estaba adaptada a visitar antros mal olientes y carentes de colores vivos.

Aquella mansión con arquitectura colonial y olor a rosas húmedas le recordaba a su amigo Marcos, un mulato alto, que había crecido en el seno de una familia de intelectuales, estaba segura que disfrutaría mucho si la estuviera acompañando en aquel lugar, era un amante del arte, el cine y la arquitectura.

Los camareros parecían hormigas locas con etiqueta, transportando bandejas con bocadillos y copas llenas, luego vacías y así se mantenían. La joven solo se detuvo a beber dos copas y un bocadillo, no quería manchar su vestido, aunque no acostumbraba a salir después de la cena, tenía hambre. Las luces del salón se hicieron tenues, un foco que nadie percibió de donde procedía enmarcó los últimos seis escalones de la gran escalera de mármol que ocupaba el centro de la sala, ahí estaba Eduardo, todo un espectáculo:

-Bienvenidos amigos míos, espero que hayan gustado de la atención, la comida y la bebida, pues lo mejor está por llegar.

Terminando de articular las palabras de su breve y preciso discurso todos comenzaron a aplaudir y a mostrar sonrisas, él ya había localizado a su invitada. Terminó de saludar personalmente a los más importantes invitados y se acercó, sigiloso como reptil acechando a su presa:

-Estas preciosa, pensaba que ya no vendrías.

-Le dije que tardo en llegar a los lugares, siempre me pierdo.

-Eres muy graciosa, aunque te noto tensa.

-No me sucede nada señor Eduardo, sólo que no estoy acostumbrada a estar entre tantas personas y además dejé a los niños solos.

-Entiendo respondió por cortesía, sus ojos enfocaban una tarima que estaban preparando al fondo, a unos veinte metros de ellos.

-Discúlpame Andrea, en un instante estoy contigo.

Eduardo se acercó a la tarima, le dijo algo en el oído al que parecía ser el lider de la orquesta y se desplazó saludando a más personas, luciendo su traje azul oscuro, acompañado por unos gemelos brillantes y dorados. La volvió a tomar por sorpresa unos minutos más tarde, haciéndole preguntas de su vida:

-¿A qué te dedicas cuando no estás limpiando pisos? -Andrea se incomodó ante aquel comentario, aunque sintió que no fue con malas intenciones sino que estuvo mal formulado.

-Dejé la universidad en segundo año, salí embarazada por primera vez estudiando, desde entonces salgo adelante con la limpieza y manejando taxis de vez en cuando.

-Eres una mujer digna de admirar y el papá de los niños supongo que ausente

-Exacto.

Continuaron hablando en lo que bailaban la música suave que tocaban los señores de la tarima. A Andrea le gustaba la manera en que un hombre serio y adinerado se interesaba por ella sin tocarle el trasero ni ofenderla.

El volumen de la música bajó, y las luces volvieron a descender, sólo la tarima quedó alumbrada, se sentía los murmullos de las personas impacientes. Las bailarinas eran ahora las protagonistas del show, lucían grandes plumas rojas y piernas con mallas negras, las muchachas en el escenario bailaban al ritmo de la música que de un momento a otro empezó a revolucionarse junto con el baile entaconado de las mujeres sobre aquella plataforma.

Eduardo en todo momento se mantuvo mirando a su compañera de reojo, con satisfacción, se mostraba complacido con el solo hecho del disfrute de ella ante el espectáculo. La noche caminaba bien, se habló de negocios en determinadas ocasiones y ya el anfitrión la presentaba como una amiga, Andrea se sentía más a gusto e idealizaba otras salidas similares, aunque la preocupación por los pequeños era constante, en ocasiones les hacía llamadas perdidas y cortas, y si se le regresaba la llamada era que todo marchaba en orden, sabía que aquellos niños de 8 y 10 años se acostarían tarde viendo televisión.

La función continuaba, por la plataforma pasaron, comediantes, bailarines, un señor barbudo que hacía cuentas matemáticas en cuestión de segundos, todo una campaña de entretenimiento y diversión. Eduardo se fumaba un puro y Andrea uno más fino, los dos se hacían compañía ahora en el portal de gran puntal, estaban sentados en los muebles más finos del lugar, el vestido de Andrea combinaba perfectamente con la decoración del lugar. El silencio fue interrumpido por él:

-Háblame de tu familia.

-A mi padre no lo conozco y mi mamá falleció hace dos años, los niños la añoran mucho, ahora somos ellos y yo.

Los ojos azulados de Eduardo se mostraron de un momento a otro más expresivos de lo usual, enmudeció y de sus ojos brotaban lágrimas, la muchacha quedó estupefacta ante aquella reacción. No hizo más que preguntarle por qué aquello le había afectado tanto, Eduardo respondió:

-Porque sé que la vida nos golpea duro y nos obliga a pasar por situaciones desagradables, mírate a ti sola y con dos niños que mantener, eres grande, eres grande.

– No tiene que ponerse así, usted lo tiene todo, dinero, amigos, un trabajo y de seguro familia.

– Si, pero eso no lo es todo Andrea y te aclaro, tengo dinero pero no amigos ni familia, esos de allá adentro son sólo interesados, locos porque diga que sí a alguna de sus descabelladas inversiones.

– Y su familia…

-Abandoné a mi mujer hace muchos años porque no quería ver cómo se moría de hambre a mi lado, no podía condenarla, no tenía donde caerme muerto, hasta que coincidí con un viejo amigo y levantamos juntos este imperio que hoy todos quieren, no tengo nada hija mía, nada.

La muchacha no pudo evitar sentir pena por él, y notó por vez primera que cuando Eduardo le hablaba existía un ápice de ternura. Ignoró todo aquello y siguió conversando.

– ¿Por qué no busca a su familia? Ahora que tiene poder y se disculpa…

– Me enteré hace algunas semanas que tenía una hija y hace minutos supe que mi querida Carolina falleció hace dos años, perdí la oportunidad de verla otra vez, disculparme ya no es opción. Pues ya no está.

Andrea al escuchar el nombre de su madre en la boca de ese señor, antecedida por la palabra querida, sintió terror, comenzó a sudar, un hormigueo de pies a cabeza le atacó y se asfixiaba, lo miró y entre lágrimas le dijo:

-Eduardo dígame que usted no es mi padre.

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