Narrativa internacional: Gustavo Gutiérrez (Perú)

Gustavo Gutiérrez (1999) Poeta, escritor, compositor, dramaturgo y guionista de tv y cine. Reside en una remota aldea de su ciudad natal, al norte del país. Ha participado en selectas antologías nacionales e internacionales en México, Argentina, Colombia, Italia, Chile y Perú. Obtuvo el I Premio de poesía Tu voz (2018), concedido por la Asociación Actuales Voces de la Poesía Latinoamericana (AVPL). Primer finalista de la XXI Bienal de Poesía Premio Copé 2023 (Perú). Se ha especializado en escritura de Guión para cine y televisión. Recientemente será incluida una parte de su obra poética en Lo que quiero es que imaginemos un paisaje de acuarelas: muestra de poetas peruanos nacidos entre 1990 – 2005. Ha publicado el poemario A la sombra de tus ojos (Saxo, Yo Publico, 2019). Se encuentra en el proceso creativo del largometraje Casta de cuervos, que está basado en hechos reales de su familia.

***

El amor después del deseo

Reventó el verano, y no debí apresurar el paso, después de consultar mi reloj de pulsera, cuando apenas preludiaba el mediodía. A la una menos cuarto llegué al hotel La Siesta. Crucé el vestíbulo del hotel, serena, con cierto ademán de hidalguía y sin tornar la mirada a la recepcionista en turno que me miraba con indiferencia. Esa tarde estaba resuelta a renunciar sin más rémoras a mi único empleo. Sabía que si me quedaba volvería a ver a César Ramírez y caería en el círculo vicioso de la lascivia otra vez.

Entré en la primera habitación de la tarde que debía limpiar, pero la tétrica sombra de un hombre que se precipitó sobre las baldosas del suelo me tocó por sobre el hombro el mentón, con suavidad. Me dio un raudo mordisco en la oreja y me empujó hacia el borde de la cama hasta dejarme caer súbitamente.

El perfecto adonis me pedía que me despojara la ropa, pero me negué con un ligero movimiento de cabeza. El hombre era un muchacho de poco menos de veintiocho años; se trepó a mi cuerpo como una madreselva envuelve una tapia y me hizo lo que la primavera hace con las matas secas. La temblona hojarasca de mi cuerpo se encendió en parsimonia. Sentía que me quemaba de éxtasis. Comencé a ruborizarme y a jadear intensamente hasta que emití un leve grito placentero que se alargó por un minuto. Fue el primer orgasmo que tuve, después de que creía que a mi edad ya era imposible que una hoja seca vibre de ardor en la hoguera del deseo.

Cuando estaba a punto de rozar los veinticuatro años sin haber practicado la combustión de los cuerpos, destinada a la quema al igual que un rastrojo de cosecha del verano, llegó ese momento como algo que estaba escrito en las estrellas.

La sombra vacilante de aquel hombre se extinguió tras el umbral de la puerta y yo me quedé sola. Permanecí tendida sobre la cama, quieta y solazada, como un helecho que después de un fuerte viento se incorpora lentamente.

Nos olvidamos de todo en un santiamén, nos olvidamos del mundo, nos olvidamos del pudor, nos olvidamos de las cámaras de seguridad del hotel de tres estrellas que habían registrado magníficamente la escena con puntualidad, por lo que el hecho procaz fue una bomba de tiempo que cayó sobre la mirada de mi jefe. Lo que vino después era inevitable. El despido no tardó en llegar, y como era de esperarse no fue arbitrario, pero sí, raudo e irrebatible.

—No puedo decirle al mundo que perdí el trabajo por lasciva, van a condenarme como a una perra promiscua. Mi dignidad depende de que ese secreto se mantenga en reserva. A César ni siquiera le importó que me despidieran.

—Él no habría movido un dedo por ti, Luisa—me recriminó, Kate, mi mejor amiga. Me hablaba con un tono de voz adusto como si estuviera enfadada—. Acéptalo, a ustedes los movía el deseo y no el amor. En el tren de la vida una siempre se topa con la estación de los desamores, pero tarde o temprano nos aleccionan de una manera espléndida. No te lamentes por ese mal trago.

—Lo que más lamento es que no lo volveré a ver. A él le entregué mi pureza, mi amor, mi integridad, y todo para que se vaya como un perfecto desconocido. Creo que se nos hizo tarde para amarnos, eso es todo. No es posible en esta vía. Yo sabía que tenía novia y no renunciaría a ella a cambio de mí. Sólo fui una especie de fetiche para él, a nosotras nunca nos toman en serio.

—El amor nunca llega a destiempo y siempre está más cerca de lo que imaginas. Alguna vez lo comprenderás. Él no era el hombre idóneo para ti. Estaba muy lejos de bailar a tu ritmo. 

—¿Quién querría a una mujer trans? ¿Quién querría a una mujer incompleta como yo? Dime, ¿quién? Ya me resigné y he aceptado mi destino. Finalmente, sé que soy el placer alígero de un hombre y que no pasaré de eso. Nunca seré la novia ni la esposa de alguien.

Estaba muy avergonzada y permeada de susceptibilidades, parece imposible que hubiera ocurrido de verdad lo que estoy recordando. Cuando ahora pienso en aquella época acabo de comprender que por muy pequeña que haya sido la causa que condicionó mis actos, yo tenía que dar ese mal paso para llegar al Restaurante & Café Azotea 589. Y así fue, una mañana, casi al final de marzo, ya estaba trabajando de camarera en el restaurante más flamante y exquisito de Sullana. En ese momento echaba por tierra toda posibilidad de encontrar el amor, hasta que me di de bruces con el acendrado rostro de Cristhian, un camarero que no pasaba de los diecisiete años, con una delicada faz de narciso y que a todas luces tenía un aire de donjuán.

Cuando llegó a mi lado me tendió la mano como un gesto noble extendido por cortesía. En el interior del restaurante teníamos muchas evasivas para pasar las horas juntos: atendiendo a los comensales, lavando platos, ordenando la cubertería y las vajillas. A veces le ayudaba para que terminara sus labores, y así nos sentábamos a conversar, casi a la hora final, sobre sus amores frustrados. Nunca he sabido contestarme hasta ahora cómo ni cuándo fue que necesitaba desesperadamente de él a pesar de tenerlo cerca.

—¿Te has preguntado alguna vez que significa la palabra «a-mor»? —masculló entre dientes la última palabra.

—El amor eres tú—me dije para mis adentros, embelesada con su mirada desafiante y perturbadora que posaba con fijeza sobre mí sin ninguna intención de volverla hacia otro lado.

—¿No vas a responderme? —patentizó, al sentirse sitiado por el bloque de silencio que entramé sin darme cuenta.

—Es que es algo que no sé definir bien, por lo poco que lo he sentido, es como una especie de atracción cifrada —dije con cierta sorna como una táctica de evadir el esporádico sopor de mis sentidos—. ¿Estás enamorado de alguien?

Asintió con un movimiento de cabeza, y me miraba con una exultación tan inusitada en él. No iba a entretejer más fantasías en mi cabeza y tampoco a lanzarle más preguntas. ¿Qué más necesitaba saber? Acaso, ¿si era yo la chica que él amaba? Eso me parecía imposible. Era algo abstracto.

—Se le nota a Cristhian que no le eres indiferente—espetó la cocinera—. Además, es un bizcochito tan bueno. No me vas a negar que te provoca darle una mordida. No desaproveches la oportunidad, porque oportunidades como esta no se presentan dos veces en la vida.

—¿Te estás escuchando? —solté una carcajada—. Cristian es un chibolo, él tiene 17 y yo 24, hay una brecha de edad que no podemos rebasar. Para todo hay un límite, no lo olvides.

—Pero no para el amor. Sólo ama y déjate amar sin tapujos. No hay nada más asombroso que amar y ser amada.

—Yo creo que estás confundiendo las cosas, él es así, amable con todo el mundo. No hay razón para pensar lo contrario. La deferencia que tiene conmigo no me convierte en su persona predilecta.

Lo que más me conmovía de Cristhian era su forma de ser, serena, sencilla y atenta. De cuando en cuando me bosquejaba una sonrisa que me cambiaba el semblante. No acostumbraba a ser afable con nadie, excepto conmigo, en muy pocas ocasiones. Había algo que me hacía estar sobre ascuas, que me dejaba perpleja y que no sabía nombrar cuando lo miraba. Otra vez llegué tarde a la vida de otro hombre. Ahora entiendo lo importante que es llegar puntual a la vida de alguien.

—Al fin conseguiste que ese cachorro te abra su corazón—murmuró la cocinera esbozando mohines de sarcasmo—. Por la forma en que te mira pareciera que tú lo fascinas, lo tienes prendado de ti.

—Él sólo mira en mí un paño de lágrimas, un remedio de desamores. No mira lo que yo veo en él.

—¿El lugar del amor? —Me quedé callada y no quise proporcionar más rastros de lo que sentía en el fondo por el camarero—. No te empecines, Luisa, en negar lo que está más claro que un oráculo. Ese muchacho te ama, y te lo dice la voz de la experiencia, aunque también existe algo que se llama sexto sentido.

—¿Y el sexto sentido no se equivoca? —añadí con una mueca de hastío.

—Por supuesto que también puede equivocarse, pero algo que debes saber es que el corazón nunca se equivoca cuando el amor es recíproco.

Por eso me aferraba al mutismo, porque jamás me atreví a enfrentar y exponer mi verdad. Yo misma me empeñaba en callar, era necesario callar, como había callado. Cristhian no debía saber que yo lo amaba, hasta que él se anticipó a romper el aprisco mineral del silencio. Una noche de invierno, después de terminar la faena en la cocina del restaurante, me llevó hasta el pasillo principal y me rozó los labios con enardecimiento.

—No, por favor—lo aparté de mi lado con cierta displicencia—, esto no es correcto, sólo puede dañar nuestra amistad.

—El amor no daña cuando es genuino; yo te amo, Luisa Gutiérrez. No podía callarlo más, por eso me atreví a besarte. Acaso, ¿no es recíproco?

—Muy a mi pesar tienes que saber que—me temblaba la voz como si fuera a soltar una terrible desgracia— soy una chica trans, y no siento pena por ello, sino por no habértelo dicho antes. Estoy muy orgullosa de ser lo que soy y no te lo oculté por vergüenza, tenía miedo de que por cualquier causa esto pudiera empañarle a nuestra amistad y que ya no me hablaras más. 

—No sé qué decirte… estás en tu derecho de callar porque es tu verdad. No hay necesidad de dar respuestas a peticiones no pedidas. No me importa quién fuiste antes de mí, lo que sí me importa es lo que eres hoy.

—¿Estás seguro? ¿No te aterra un poco la idea de que esto pueda interferir en tu fe o en otra cosa elemental en tu vida?

—No hay dogmas que sean un escollo para el amor. Cuando amas a alguien no hay fuerza más tremenda y hermosa que esa, capaz de romper con los paradigmas sociales, prejuicios y toda especie de estereotipos superfluos. ¿Todavía te acuerdas cuando te pregunté por primera vez sobre la definición del amor?

—¿Qué es el amor, Cristhian? —le pregunté con certeza.

—¿Qué es el amor? ¿Y tú me lo preguntas? El amor… eres tú, Luisa.

Aquella frase se me clavó muy adentro y todo en mí se volvió a iniciar otra vez: la vida, el fuego, el amor. Lo besé como si el mundo se fuera a acabar al día siguiente, y luego Cristhian me echó sobre él para abrazarme como si no quisiera apartarse de mí nunca más. Jamás imaginé que la persona que tanto subestimaba por su edad iba a despertar en mí el amor y terminaría compartiendo ese sentimiento conmigo. Ya no me queda ninguna duda de que siempre existe una causa que condiciona nuestros actos o sentimientos, que después del deseo, el amor encuentra su cauce, gozoso. Estaba escrito en algún reverso de la vida que Cristhian era el hombre que yo merecía como una sana compensación de todos los ramalazos sensibleros que había experimentado en mi juventud.

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