Poesía internacional: Martha Valencia (Colombia)

Martha Valencia, nació en Villavicencio – Meta (Colombia), y ha saltado sin decoro por multiplicidad de facetas, se ha descubierto en el ruido ensordecedor generado por sus miedos, ha sonreído y desplegado las alas, pero también, se ha atado sin piedad al suelo. Es un ser en crecimiento —en obra negra—, intentando dilucidar día a día, el porqué de la imposibilidad de apreciar el potencial que yace dentro. Una soñadora, que aunque agreste por fuera, se deleita con la brisa moviendo las hojas de un árbol, con el cantar de los pájaros, con el agua y su movimiento —toda la belleza que no puede siquiera conceptualizarse—. De todo cuánto gotea su alma hablan sus letras plasmadas en poemas que escribe desde que tiene memoria. En la poesía obra todo cuánto la rodea: la premura del tiempo, las personas apresuradas al cruzar la calle, el hilo delgado que sostiene el globo que lleva un niño en sus manos, la sonrisa que se delinea en los labios de un desconocido, la muerte, sus sombras, el hecho poético que penetra al anticiparse a los seres que la habitan —a los que vislumbra frente al espejo—, el deseo, el anhelo, su mente avasallada por los pensamientos. Le escribe al alma, a la luz profusa que recorre el universo, a la vida, al querer salvarse, al intentar amarse a pesar de sus incontables formas de no apreciarse. Todo lo que sus ojos observan, lo que en su vida transcurre, todo aquello que se cruza, que palpa, que respira…, todo es poesía, la que salva y aviva el resplandor, y la que desagua ese oscuro océano del egocentrismo. Escribe porque su corazón la impulsa, porque así conversa con sus penurias, y puede hablarle al mundo. Es esa valentía que tanto cuesta cultivar. Martha es abogada de profesión, pero con alma de Poeta.

***

Estornino

Suelo complicar aquello que resulta
simple de entender,
no con el ánimo de polemizar la herida,
sólo trato de extenderla tanto como sea posible,
quizás así reduce el impulso que lastima;
se vuelve común, se debilita.

Es ese saboteo del querer hundirme en el fango
sin verterme suciedad sobre el cuerpo lacerado,
es sentirme cómplice del quebranto
para no precipitar el rencor
en las llagas que lesionan la cordura.

Cuál estornino arrojándome a lo propio,
defiendo lo inentendible,
tal vez para descifrar la lucha
que se forja en lo inexplicable…,
y así volar por encima de lo evidente,
llegar donde mis alas han sabido
rasgarse,
volcarme en lo único que podrá salvarme.
Llegar hasta mí.

***

Mariposa morada

El frío que se posa a la orilla de lo nunca dicho
suele socavar en la melodía del olvido,
entristece al recuerdo tímido que
en las noches se bambolea por las cruces
del alma,
toca incesante la congoja de los ojos
que gotean tiempo
y se dispersa trayendo consigo el aliento
—que anonadado por la nitidez de su pena—,
cristaliza instantes.

En lo más ahondado del impasible helaje,
la mariposa morada aletea,
se agarra fuerte del anhelo postergado,
y sube, sube, sube…
Jala con ahínco a la carencia;
busca llevarla hasta la boca,
inducir por fin la confesión que acorrala
a los años
para abrirle espacio a los sueños
que se cultivan en los días invernales.

Cuánto purpura asalta a los labios…
Tanto se derrama por sus comisuras.
La mariposa asiente el ritmo
de la sensación reprimida y
se detiene ante el asombro
que le produce el corazón adolorido
—ella entiende—,
sabe de la dureza que arrastra con su vuelo.
No todo lo que lastima se revela, piensa,
y entonces, comprende:
el duelo, el que se redime adentro,
es el mismísimo coraje.
Refulgente mariposa morada,
cuántas de las tuyas se acomodan
en la lucha, la que se libra detrás del escenario.

Abrigo.

***

Melancolía

Se pasea la melancolía haciendo alarde
del desdén por lo sentido;
el sollozo no acoge el agotamiento extendido
del pecho, ¡no!, él rueda impetuoso por la
excusa pronunciada.

¿Cómo increpar su altivez?

Tal vez el efímero ruego que escucho a lo lejos
devuelva la fragilidad que se abre paso
cuando la herida que brota imparable
es la puerta al latido inagotable del corazón.

Quizás la huida indiferente de la melancolía
cese al toparse con el hueco abierto de la espera,
con las ramas que conectan la inmensidad
a esta, mi historia
—la tallada en la aurora de incontables principios—.

Adentro y afuera. Ojos azulados. La Luna abrazada al anaranjado del cielo.

***

Relámpago

Alguna vez participé del barullo de los árboles,
fui relámpago en lo profundo de este bosque
al que vuelvo con los pies cubiertos.
Solía perderme en las tinieblas
—las que no se nombran—,
y absorbía la sal de la tierra firme.
Recuerdo yéndome de bruces para
platicar con las rosas.

Alguna vez viví siendo el verde
desleído en la charca virgen,
correteé emancipada de los lirios secos,
fui la esencia de lo no descubierto,
y me enredé con los hilos que sostienen
lo no comprendido:
el universo.

Alguna vez fue mi voz
la entonación de la vastedad…
Tal vez nunca fui, o jamás he sido,
quizás no estuve en esta espesura
que mis dedos reclaman.
No esculpió mi nombre la tregua
ni el espacio la lucha…
Mas el continuo y la nada
son proyección del nacimiento.

¿Qué hay detrás de todo cuánto me niego a ver?

Profundidad.

***

Soy de los cielos verdes

Apenas si me aproximo a la rasgadura
que avasalla mi cuerpo atiborrado de
razones
¡Cómo no perderse entre los murmullos
irritantes de quien te señala con el augurio
de la inclemente lucidez!

Alejada de la necesidad impetuosa,
yo me anticipo a la perversión fundada
de lo recto,
y me lanzo al recorrido de lo turbio,
vago por mi irracional figura
y me deleito con la vacilación anecdótica
de la aparente complejidad.

El movimiento al que me asomo
desde la duda entreabierta,
me desliza por el sendero oculto
de este sentimiento que ha sido vestigio,
que ha sido fantasma entre los tiempos
de la crudeza,
que ha sido espasmo de mi imaginación,
que he sido yo…, escondida en el nombrar ajeno.

Tan mío es este mundo destellante y oscuro,
tan clemente es el sonido de mi voz
suplicando espacio,
cuán bello es el ardor desconocido
de lo que quizás duele,
de lo que tal vez está detrás del ruido
que me niego a escuchar.

Soy entre los gritos masificando la ilusión,
soy entre la oscuridad que me profesa el silencio,
soy entre la tempestad que se forja en mi mirada,
soy en el corretear de nubes que me ha traído
a los cielos verdes que se adentran por mi ventana.

Soy más que nada…, regazo entre la niebla,
azul ensimismado,
viento aventurándose por
las colinas de la no dicho,
un suspiro en la mañana,
un ruego nocturno,
un clamor entre las sábanas,
una vida que se extiende sobre el césped
del orbe ansioso que yace dentro,
un comienzo,
una herida que palpitante se hace ruta.

Avanzo tomada de las ramas de este árbol
plantado en mis adentros.

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