Iris Mónica Vargas (Puerto Rico). Ha publicado La última caricia (Terranova, 2014) y El libro azul (Snow Fountain Press, 2019). Acaba de terminar un tercer volumen de poesía titulado El día en que dejamos la tierra. Realizó estudios graduados en física y escritura de ciencia, en la Universidad de Puerto Rico y el Massachusetts Institute of Technology, y actualmente completa un doctorado en medicina en Saint James School of Medicine. Su pasión en la vida entrelaza la Ciencia y la Literatura. Ha sido traductora en ciencia@NASA, e intérprete médico del idioma español. Es feliz cuando contempla la naturaleza, cuando compone un poema y cuando aprende algo que antes desconocía. Algo de su trayectoria puede encontrarse en este repositorio: https://irismonicavargas.com
Poética
Seguirte. Seguir tu certidumbre
es criminal. El giro de tu brazo:
autoritario. Prefiero la imprudencia,
tozuda la inocencia de crear,
la tórrida intemperie
de no saber apenas nada,
de tanto preguntar y preguntar,
que vuélvame pregunta.
Año viejo
Avanza las piruetas el resorte.
El muelle se ha enroscado las veces suficientes.
Las ruedas descomponen la memoria, y las agujas
consultan la hora en una esfera.
—Esta noche no hay fuegos artificiales—
La Torre Eiffel yace encendida pero sola;
Hemos visto caer la pelota de Times Square
hacia al vacío.
Detrás de la ventana, contemplamos las luces
en el horizonte, y no nos parecemos.
Besamos por encima de una membrana torpe
y flaca. El viento aúlla en silencio.
Alguna vez muy cerca,
no fue de fibra óptica el abrazo.
¿Qué hacer con lo que apenas descubrimos?
Esa distancia íntima entre el fósforo y la pólvora.
[Inserta aquí un emoji
de nerviosa y terca esperanza.]
Binarias
Si trazas el camino de la luz
hasta su origen, hallarás dos historias.
¿Será posible, aquí, yaciendo a mi lado,
otro cuerpo
y que nunca lo haya visto?
Pez de cielo
Despiertas.
La bóveda se abre e ilumina.
Ha caído el manto
de sangre y no te arropa.
–Ya no eres de agua—
Dos sirenas te acompañan
con sus manos de cariño y de arena.
Los pescadores recogen sus hilos
y sus cañas.
Te contemplan y no saben
que ensayas como pájaro tu vuelo
que imitas sus sonidos,
y desde tu quietud
disfrutas de su risa,
que todo saboreas a tu ritmo,
que allí, desde tu cima, es primavera.
Que siempre ha sido extraño
mudar esas escamas
y dejar de ser pez.
Prueba diagnóstica
Sus hojas han caído.
Cesaron ya las ramas
de interpelar al aire
en ese baile irremediable
que es la espera.
Qué diablos importa,
entonces, si pregunta el galeno
y no sabes responder
cuántas alas tiene un pájaro.
Una fotografía sobre el espejo retrovisor
El niño maneja desgreñado.
El cuerpo de su adulto recuerda
lo fresco y ligero de su paso.
La imagen desteñida de su rostro
en el papel, revela en el crujir
de risas haciéndose muy fuerte
de sus labios, aquel viejo
y fantástico Cohiba
–espléndido, invisible, legendario–,
el mismo que fumaba en cada viaje
que había soñado haría alguna vez
cuando aún estaba vivo.