Poesía Peruana: Yana Wayta (Cusco)

Ser

Si esta noche se resumiera en fuertes olas golpeando mis ventanas,

si tan solo los ríos y los muertos fueran parte del escape a los ojos al mirar fuera,

sería divina mi existencia.

Y es que vivir en el silencio o vivir del silencio

no me hace ingrata del mundo,

como quien no sigue establecidos en un testamento que jamás leí

porque soy serrana ignorante y el Dios,

que sabe de capital y realidad

se negó a aprehenderse de mis entrañas.

Por ello

no sirvo, no otorgo, no adivino, no gozo, no bebo

del halo impropio en suplicia

pues padecen los rostros de aquellos que se afirman útiles al mundo.

Yo

 – esta y todas las noches –

Lanzó el alma al camino de los mares, pues yo,

rechazo ser para el mundo, pero ansío ser con él.

No es mía esta finalidad,

pues aquellos a quienes este mundo silencia

nos gozamos de lo marrón en las pieles para sentirnos tierra

y alzar la vista al claro cielo, al árbol que apremia la belleza

y al silencio.

Por eso gozo de mi inutilidad y mi fracaso

ya no le lloro,

ya no lo condeno

a los dichos de diferentes que

afirmaron en algún momento:

“Ustedes, negros bravíos,

                                   barbaros del ande, 

                                                       usted que alaba al río muerto,

                                                                                        ¡ahóguese en él!”

Alta mar

Llorar,

en acto

es bastante simple.

A razón de la existencia,

temo y lloro seguido,

consiste en la premonición del dolor,

se esparce en mejillas

se enreda entre piernas.

Ligeramente,

botamos el ruido

que acrecentó dentro del viento

lejos de altamar,

luego podríamos oler sutilmente a marea,

cubrirnos de noche y volar a los cielos,

-declaración de mi dolor-

no estoy segura de la similitud del tuyo.

Mi madre lloraba a causa del cáncer

la ejecución era igual de sencilla,

botar líquidos poco dulces

los suyos: enfermizos.

Mi padre,

lo hacía parecer más complejo,

a escondidas

se diseminaba en el retrete

ahogado a modo de infante.

La muerte nunca fue tan simple,

ni el lamento incesante de vivir.

Mi progenitor y yo

prostituimos llanto ante tumbas fétidas;

y al fin pude ser

vacío en línea recta junto al ocaso

uniendo mis aguas con las grandes.

Nosotras

Envuelta: floripondio,

deshecha: solo jugo.

Mi talento es pudrirte los dedos bajos

y reír muy fuerte,

llamar la atención

hasta consumirme en el fuego.

-el ande en tempestad-

Mi pubertad fue sangrienta

por eso, una de mis madres

obsesionaba su tiempo

en corregir mis vicios,

es que había entendido

la muerte de mis privilegios,

ciertamente,

al concebirme en semilla.

Pero morí en un descuido a su cuidado

caí en una fosa

que coloreó mi piel de tierra.

me obligaron

a sostenerme de raíces curvilíneas,

Por mi salvación:

la tierra se pudrió entera.

Clonazepam

Levanto el brazo 11:30

entre la entelequia que se ahoga con la abertura de mis ojos,

bebo crema para el dolor de panza,

es que hay un malherido dentro de mí:

un hombrecillo que sedujo el veneno.

Entonces, nos vimos inertes entre camas de hospital:

una blancura que enferma los huesos,

que cede a la emboscada de la niebla.

Hoy bebo rápido crema blanca,

¡Ay la blancura del mar,

Ay la blancura del clonazepam

De la ola, del naufrago, ¡del vino!

Concepción – s u r

Cuando inició la matanza

de los órganos mentales de mi madre 

se mudó la peste a las esquinas de casa,

y se extendió la amargura a la raíz del tumbo.

Cuando el lunar de mi madre cayó rendido

                                                         en la sopa verde

se formaron olas de insurgencia animal,

tomaron vuelo las viejas gallinas

y todo cuy optó por el suicidio.

Cuando la locura de mi madre tomó elocuencia,

se pintaron los suelos de sangre vegetal

y los techeros tomaron fila

en bienvenida a la muerte.

La infertilidad de mi madre

Ser hija

es creación de algún dios errado.

He sido concebida,

pero me amarraron a los tres años

con el fin de protegerme de malos vientos

y demonios andinos.

La oscuridad estuvo siempre cerca,

deseosa de nuestros espíritus,

hambrienta de la sangre comunal

derramada en la guerrilla sobre nuestros ríos.

Mi madre, se ahogaba en su seno

con toda la leche que no podría darme después

por la enfermedad del miedo

por el veneno en mi semilla. 

Huacarpay

Bajo horizontes y montañas

existe el viento,

Bajo témpanos en la helada

porque, a veces, muere el ande;

y gobierna un panteón de aguas,

Aguas que afinan, en sus quenas, coca dulce

Y como tesoro:

un gorrión dormido,

En la laguna

¡Sí!

en la laguna.

Dícese, en los cantos de huacarpay,

que cuando despierta

Infancias vuelan a la cima del nevado

y que de sus pies florecen

quewiñas como piel.

Dícese también,

que cuando se bebe de sus aguas

Hay un gusto a mar,

es que es la sal

de todo aquel

que cree, por un momento,

gobernar sus piernas.

Lima Ocre

Frente a mi ventana se inunda

edificio tras edificio

de ocre punzante.

A mis ojos,

les han dañado sus raíces.

Lloran porque

en esas esquinas

se hiende el recuerdo

del verde vivo de la sierra,

del vino desbordado como lluvia.

En la naturaleza de asfalto

se niega toda putrefacción comunal

se ríe y se afirma una riqueza

que no es mía.

Y aquí muero,

destiño

emblanquezco.

Beber

Quien entienda el dulzor de la caña vulnerando los abismos,

quien goce del llanto en la noche azul encorvada

será quien extirpe el bulto en los pies, pues bien sabe que,

el dolor se acurruca con la tierra y

qué mejor que la sangre goteando a su viveza.

Quien se beba el alcohol como río dulce,

verá a sus padres muertos al voltear los ojos

y le bailará al demonio en la comodidad de casa,

pues será más que humano,

aunque los órganos infames se hagan piedra,

y su panza pudra al albur de lo ajeno.

TerokAlero

 Hay una laguna de aguardiente en la mirada de aquel diosecillo callejero.

“Terokalero del centro”

lo llaman los gallinazos de Jr. Ucayali.

Yo, prefiero observar el cáncer de mi nacimiento en su mirada.

Diosecillo, hazme parte de tus ojos

para aguardarme en silencio en estas calles que queman.

Y explícame,

cómo tomaste la aspereza

en la dulzura de este hastío moribundo

QUE ME MATA.

CANSADA

Cansada del sol en el paso de la avenida y en los matorrales del hastío,

del niño amputado en la esquina junto al huayno y la mendicidad,

de la dulzura de los ancianos que van y vienen, en colas de burocracia,

a su paso… l e n t o.

Cansada de la bulla de av. Abancay que, risueña canta tintineante de 5 a 8,

de la basura que se convierte en mar

y la policía en pose de ímpetu.

Del cristo estampado frente al parque universitario

que ha sido silenciado ante la inmensa impunidad,

contra las víctimas de la “democracia”.

Cansada del despertar febril de este país.

EL GENOCIDIO MATÓ A JESUS

Alguna vez me cogí a Jesús,

un libanés de pelo rizado,

piel transparente y sueños violentos. 

Suave bruma de angustia,

viento de oriente en el sur invernal, 

piel sobre piel, contraste racial. 

Había huido a los 7 años de la guerra, 

reminiscencias entre mis senos

de dolores comunales

y masacres. 

Así que hablamos 

de la sangre en el ensueño,

de lejanos mares 

y cercanos ríos. 

Alguna vez me cogí a Jesús, 

era terso como un manantial 

y como divinidad 

alzaba los brazos 

en bienvenida a la crucifixión. 

Y brindamos con un Kintu 

por su pueblo

por el mío 

y por la revolución.

A continuación, presentamos a la poeta Yana Wayta con sus propias palabras:

«Andrea Orduña, se me hace un nombre bastante ruidoso. Por eso, a causa de mis raíces y la melodía infinita del hablar de mi abuela, decidí llamarme Yana Wayta, en español: flor negra. Es que la oscuridad no solo la tengo salpicada por todo el cuerpo. Nací en el Cusco bajo el Apu Picol en un contexto político cancerígeno, molestia que contengo 21 años después, por eso e infortunios de un crecimiento socialmente caótico, decidí estudiar Derecho desde hace tres años. Ese tiempo es el que llevo en esta ensordecedora ciudad, Lima: infierno del inocente y amiga del sicario hambriento, desde entonces padezco lejos de la tierra fría, del carbón quemante de casa y de su adobe siempre intimidado por las lluvias iracundas. Yo no soy poeta, soy la imagen del vacío central del Picol o la helada de cada junio».

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