Prosa poética internacional: Rocío Yamel Butman (Argentina)

Rocío Yamel Butman es una poeta argentina de 23 años que reside en la Provincia de Buenos Aires. Es estudiante avanzada de la Licenciatura en Psicopedagogía en la Universidad Nacional de La Matanza y se desempeña acompañando alumnos con dificultades en el aprendizaje. Su actividad en la poesía inició en su diario íntimo a sus 17 años pero comenzó a agudizarse en el 2022 a partir de la publicación de sus producciones en redes sociales. En abril del 2023 ha obtenido una mención de honor en el Instituto Cultural Latinoamericano, siendo sus poemas publicados en una antología. En noviembre del mismo año publicó su primer poemario “Ónix Cielo” y, actualmente, también se dedica a dictar talleres de poesía y a difundir sus escritos vía Instagram, Youtube y Tik Tok.

***

El simple hecho de que me miraras a los ojos resultaba ser el equivalente a no poder atravesar la abstinencia sin recaídas.

Siempre fui irrecuperablemente adicta.

***

Tus fotos sólo me recuerdan una y otra vez las veces que intentaba llegar al borde e igualmente me hundía. Pero ahora ya no me ahogo en mis propias lágrimas. Quererme y aprender a aguantar la respiración fueron mis salvavidas.

***

Intenté subirme arriba de un caballo para huir como un torbellino de emociones que no paraba de galopar en dirección opuesta a la salida. Pero aprendí a cabalgar a pesar del miedo, y tomé el riesgo de dejar las lágrimas en esa playa que despedí con tumbas llenas de flores y amores enterrados bajo granitos de arena.

***

El amor propio…

El amor propio debe ser parecido a las convicciones.

La era de la insatisfacción se adentró en mis neuronas, haciéndome creer que abrazarme era mirarme al espejo y decir “qué linda soy”. Mirarse al espejo y repetir palabras que sonaban como una canción cuya letra conoces de principio a fin pero con un ritmo que no es tuyo. El mundo me gritaba, casi como retándome, que tenía que ponerme unos tacos, ser exitosa y cuidarme esta piel pulcra pero carente de cariño como la receta hacia el camino guiado de mi propia realización. Y yo me miré al espejo, y escupí esas palabras absurdas a la par de ir observando cada rasgo de mi figura. Me detenía en las pestañas quemadas de tanto rozar la llama y en los labios que palidecían de tanto frío, a pesar de tener frazada. Nombraba cada uno y los ponía en orden: este no me gusta, este menos, y de este mejor no hablo…

-mejor ni lo miro-.

Cuando lloraba, era imposible no mirarme al espejo. Verme rota y asumir que al otro día mis ojos verdes no iban a tener brillo, saber que mis párpados iban a estar inflamados como cuando te pica una abeja y su aguijón te atraviesa puntiagudamente, casi como afianzando la herida y dejando su marca. Ahí le fallé, le fallé al mundo que tanto me insistía en salir a la calle con la actitud de una diosa griega y la sonrisa emblanquecida, como si nada doliera.

Pero hay algo que el gentío omite. Un secreto que descubrí con una fórmula más empírica que cualquier dicho mentiroso que los murales profesarían.

El amor propio lo pude construir cuando me vi sentada al lado de mi cama, con una angustia en el pecho que significó la guerra entre el agua y el fuego de mi alma, la lucha incansable entre esta y mi otra yo. La culpa frente a todo lo que estaba en las paredes internas que gritaban insultos, mientras que en las capas visibles se intentaban mostrar cumplidos que agasajaran mis penas. Y entonces exploté tanto, con tanta fuerza e ímpetu, que arrasé hasta con mis propias estrellas. Arrasé con toda la ciudad de Buenos Aires, arrasé conmigo misma y me abandoné como una chica tirada en plena avenida, con una remera grande y holgada, totalmente abatida. Totalmente derrotada.

Totalmente destruida.

Pero arrasé con tanto que también se derribaron las murallas. Hace poco leí que “para auto-conocerse hay que romperse” y era inevitable la caída frente a una persona que se seguía martillando y chocando, casi a propósito, con la misma piedra. Sólo así pude comenzar a apilar ladrillos antes de desangrarme y no dejar rastro de lo que hoy podría haber sido. Sonará a un intento de romantizar el dolor y puede que un poco lo sea, pero quizás quitar los clavos y colocarlos a mi manera era la regla única y principal que pocos conocen pero que muchos anhelan. Y ahí comencé a elegir, a poder decir que no quería cerámica en mi casa, a luchar por enmarcar los cuadros con mis propias fotos y no con aquellas que otros querían. A pintar la pared de celeste y sacar ese rosa que me hacía sentir perdida. A tener un jardín con mis propias flores y hormigas. A levantar la sombra de esa mujer que defiende aquello en lo que creía. Por eso, para mí el amor propio es la convicción de saber que los puentes puedo construirlos con esfuerzo y tener fe en mi disciplina. Es la convicción de que la escritura es mi escudo ante todo aquél que me impida encontrar mis propias palabras y quiera meterme en la boca letras que no se parezcan a las mías. La convicción, para mí, es defender mis valores a capa y espada y no defraudarme. La convicción es no dudar de este cuerpo y tenderme el brazo, las piernas y el llanto para rescatarme en medio del río y la marea. Es darle tiempo a mi ritmo y bailarme con una canción de fondo que suena bien fuerte, que me define y que me hace ver que la luz de la noche puede ser casi tan reconfortante como la del día.

***

Las flores en tiempos de signos de pregunta

Nuestro amor se construyó en la sociedad de los incógnitos. Esa que no tiene signos de exclamación, anhelos o emoción.

El día de la primavera iba a encontrarme con un conocido en Parque Centenario. Un día en donde sabía que la tarde transcurriría de una forma muy bonita frente a un lago acompañado de los restos de vientos fríos que nos dejaba el invierno. Un día que anticipaba un lindo momento. Un día en donde sabía que ese hombre, aquél sujeto agradable, no iba a regalarme flores. Yo tampoco las esperaba. Entonces salí del trabajo, rodeé la plaza que caminaba todos los días antes de encontrarme con las sonrisas de los niños y niñas y observé, otra vez, las plantas. Y siempre las veía: flores blancas. Aquellas que aún desconozco su nombre, el tipo y su evolución, pero todos los días rozaba sus pétalos con mis yemas. Así que el 21 de septiembre decidí comprarme un ramo único y especial para mí. Ni siquiera tenía un florero adecuado en donde ponerlo, pero sabía que iba a cuidarlo en sus pocos días en los que descansaría en mi casa. Un poco me avergonzaba. Las características de esta identidad a veces son
tachadas con grandes cruces de color negro: poeta, flores, mariposas, cuadernos decorados, fotografías melancólicas… en fin: la chica sensible. Estaba acostumbrada a todo eso, pero me rehusaba a ser la joven con aires de puro romanticismo. Intenté apaciguar todas esas vetas que hoy se consideran insulsas y hacer de cuenta que ya no sentía ni quería nada de todo aquello con lo que alguna vez había fantaseado, porque de esa me tenía que salvar.

Hasta que apareciste vos.

A veces, una no sabe cuándo se viene el tornado que va a revolucionar todas sus ideas. Las mías no habían cambiado, pero la depresión tropical me arrebató aquellos lentes que intentaban nublarme los deseos más arcaicos que siempre llevaba guardados conmigo. Así que el viento fuerte y voraz decidió destronarme algunos principios y me gritó suavemente en la cara:

Que las fotos visualmente más lindas se crean en la memoria y se recuerdan mediante las miradas.

Que podes escuchar la fuerza de un latido que no es tuyo cuando otras pupilas se dilatan frente a tu figura.

Que la convivencia no se trata de ahorrar espacios para después no pactar tregua frente a gastos imprevistos y listas de prospecto.

Que un abrazo fuerte puede sanar penas que no hayas relatado.

Que verbalizar cuánto nos gustamos sea un acto cotidiano.

Que las manos hablan más por sus danzas naturales mientras siguen el mismo ritmo dactilar que por sus contornos abstraídos.

Que el corazón se puede expandir más de lo debido.

Que podes ser calcio para mis huesos y aumentar mi ritmo cardíaco.

Que la ansiedad frente al sentimiento de profundo cariño es un miedo inadmisible.

Que no hay nada más absurdo que mentirse con tal de no arriesgarse.

Que mientras más ahogues tu pecho, menos magia brotará de tus costillas.

Que llorar por el simple acto de amar es más humano que todo lo demás.

Que no necesito tus flores

(Pero cuando me las regalas, sonrío un poquito más)

Un mes después, apareció un nuevo nombre. Desconocido, sin contacto preliminar, sin introducción. Y ahí cayó el tornado que iba a desenterrar las semillas que anticipaban la muerte de cualquier jacarandá. Llegaste para desenmascarar las ambiciones de esta chica y ponerlas sobre la mesa. Para declarar en voz alta todo lo que había intentado sepultar bajo prefacios que otros promulgaban como acordes y adaptados al compás de la generalidad. Y en eso se equivocaron. Creyeron que podían apaciguar nuestros impulsos de entrar a viejos lugares prohibidos, de arrojar acuarelas y crear nuestros propios cuadros sobre la piel del otro y de bailar bajo la lluvia con el mar de fondo. Quisieron afirmar que recibir cartas era un simple acto de ternura y no un grito desesperado por querer transmitir lo que perciben unos ojos verdes que se sienten acobijados. Se esforzaron por formular todos los signos de pregunta para generar una brecha condenada entre nosotros y hacernos dudar de nuestros propios instintos. Intentaron inculcar vergüenza en todos los ámbitos para después admirar lo nuestro. Para concedernos el honor de ser un amor adorado y respetado y no por ser sacado de película, sino por haber construido la nuestra. Con nuestras formas, con nuestros esquemas. Pensaron que sería irracional el querernos con fuerza y sin previo aviso. Así son los tornados, no pedimos permiso.

“-¡Hoy no se consiguen chicos que regalen flores! ¿De dónde lo sacaste?”. Ambos nos miramos y reprimimos una risa cómplice. Por eso llegaste como la brisa arrolladora en medio del desierto. Apareciste con un ramo de destellos blancos y amarillos para demostrarle al mundo que el amor aún existe, incluso en tiempos de incógnitos.

    Los comentarios están cerrados.

    Crea una web o blog en WordPress.com

    Subir ↑